Sobre la falsa dicotomía entre aprobar y no soltar la calle (nunca más)

Imagen: Patricio Rivera Moya – ECO

Por Daniel Fauré Polloni*.-

Intro

Los noticieros de televisión me enrabian. Cambio el canal antes de llegar al límite de aventarle un zapato a la pantalla. Abro YouTube y me salta una canción del siempre lúcido Paris Valenzuela. Su mezcla de rabia y melancolía me recuerda al Gitano Rodríguez. Su canción, “Hasta la médula”, parece escrita ayer, con digna rabia, sobre el puente Pio Nono, pero es de hace cuatro años: previo al 18 de octubre, previo a la pandemia, previo a la idea remota de un plebiscito:

“Con el corazón joven por siempre pa’ llevar a un mundo nuevo por las venas
los dedos en las cuerdas, la frente morena / somos más que las hormigas de la tierra
somos más que los que explotan y dan muerte / somos más que los señores de la guerra
somos más que los que viven como reyes / dejaremos la patá en contra de su moral y leyes
en contra de sus bombas y leyes / en contra de su opulencia y leyes
en contra de su riqueza y leyes / en contra de su violencia y leyes

A cambiarlo todo, hasta la médula / para que no quede célula de esta vida injusta
lo que parece firme, mañana se derrumba / mañana se derrumba.
A cambiarlo todo, no basta esperar / para un futuro libre, organizar cada rincón
porque cambiarlo todo se llama “Revolución” / es hacer “Revolución”
se llama “Revolución”

El que no cambia todo, no cambia nada / El que no cambia todo, no cambia nada”1

Su octubre y el nuestro

Un niño cae al lecho del río empujado por un carabinero. La protesta en el epicentro de la capital se reactiva y resurge la lucha callejera. Ese símbolo de nuestra capital clasista, ese límite entre un Santiago rico y un Santiago pobre rebautizado como Plaza Dignidad, es retomado por un variopinto grupo de manifestantes. Un joven sentado en la cabeza del General Baquedano flamea una bandera azul con el Wüṉyelfe al centro. Ha vuelto octubre.

Pero ¿qué octubre vuelve? Retorna el octubre nuestro, el de la protesta social, el de la ingobernabilidad. El de la rebelión popular colmada de expresiones furiosas y creativas contra un modelo que supera los 45 años. Un octubre diferente, al parecer, al que esperaban ellos: los del “Partido del orden”.

Vuelve el octubre desde abajo, y los rostros de ese “Partido del Orden” (J.M. Insulza, F. Harboe, A. Elizalde, M. Aylwin, H. Muñoz y tantos otros) corren a condenar la violencia. No la de aquellos funcionarios públicos —que poseen por mandato legal el monopolio de la fuerza— que cometen homicidio frustrado contra un manifestante, sino la violencia expresada en la destrucción de un semáforo. Los argumentos de estos rostros se dividen, por un lado, en aquel que señala que la protesta y su violencia ponen en riesgo el plebiscito, considerado en su ilusión electoralista como el camino en que se resolverán las demandas sociales de los últimos 30 (¿o 47?) años; por otro lado, aparece aquel argumento que señala que la protesta y su violencia son sinónimo y adelanto de lo que pasará si gana el Apruebo.

Dos argumentos que poseen un fondo común: lo que usted haga, fuera de lo establecido en el “Acuerdo por la Paz” que ellos firmaron, es ilegal e ilegítimo.

Las mentiras del “Partido del Orden”

El “Partido del Orden” es hábil y se cuadra en el discurso de lo inconveniente de la protesta social en los días previos al plebiscito —en general— y en la inutilidad de las convocatorias a Plaza Dignidad —en particular—, mientras repite a coro el jingle publicitario ese de “que condenamos la violencia venga de donde venga”. Sin embargo, es deber de las y los historiadores desenmascarar lo contradictorio y falaces que son estos llamados. Damos, al menos, dos razones:

En primer lugar, porque ocultan el hecho de que el llamado a plebiscito para comenzar un proceso de redacción de una Nueva Constitución, fue un acuerdo que adoptó la mayoría de la clase política no por iniciativa propia, sino como reacción frente al terror que les provocó que el clima de ingobernabilidad del país terminara en lo que debía haber terminado: el fin anticipado de este régimen que violó sistemáticamente los Derechos Humanos y un proceso de verdad, justicia y reparación, como antesala a una serie de reformas estructurales al modelo. En ese sentido, sin la violencia política callejera expresada en la protesta popular sostenida que se dio desde el 18 de octubre del 2019 —explicada y justificada históricamente por los treinta años de incapacidad/desidia por parte de la clase política civil para generar cambios—, sencillamente no habría existido “Acuerdo por la Paz” ni plebiscito. Aceptar la realización del evento que se viene el 25, fue un acuerdo suscrito por el simple pero profundo miedo al levantamiento popular, para salvar a un moribundo Piñera como una forma de salvarse a ellos mismos, como clase política civil.

En segundo lugar, porque este jingle del “condenar la violencia venga de donde venga” significa igualar faltas o delitos comunes a violaciones de Derechos Humanos, lo que vende mucho mediáticamente, pero pisotea años de construcción de un método de protección que tenemos como sociedad civil, cuando quienes tienen el monopolio de las armas las ocupan en nuestra contra.

Por ello, más allá del sonsonete que escucharemos repetir al “Partido del Orden” en estos días, y les guste o no les guste, ese plebiscito que entregaron a regañadientes, cocinado a espaldas del pueblo y sintiendo el miedo de perder todos sus privilegios es una victoria nuestra, como pueblos en movimiento, y por tanto, depende de los pueblos decidir cómo vivirlo. Sin falsas dicotomías entre manifestante bueno / manifestante malo, ciudadano / terrorista tan propias del Chile pre 18 de octubre y que ahora buscan reactualizar.

La dicotomía aprobar / protestar: ¿Por qué elegir?

Por eso, aprobaremos y protestaremos, al mismo tiempo. Poco importará lo que digan el “Partido del Orden”, sus medios de comunicación y sus bots de twitter. Porque esta migaja arrancada al poder después del pánico que les estremeció cuando sintieron que su modelo caía, es nuestra, y arrebatárselas, corroboró dos importantes cosas: primero, que en la “jaula de hierro” en que la dictadura metió a la democracia no pudo ni podrá construirse una vida justa y digna; y segundo, que ese modelo no se tocó en treinta años, aunque en ese período crecieron exponencialmente las manifestaciones pacíficas y “autorizadas” que ellos tanto aplauden (las mismas que desdeñaron, ocultaron, desoyeron y reprimieron), y solo aceptaron revisarlo cuando esas manifestaciones sobrepasaron el marco de lo legal y se transformaron, desde octubre del 2019 a marzo del 2020, en una amplia gama de acciones de desobediencia civil incontenibles. Rebeldía pura que, si desaparece —tal como ellos quieren—, solo será una pérdida para los pueblos.

Por eso, aprobaremos y celebraremos. Porque la victoria del apruebo será también ganarles incluso en el terreno donde ellos dictan las reglas y eligen los árbitros.

Por eso, aprobaremos, celebraremos y, después de la resaca con la que despertaremos el 26, seguiremos en las calles.

¿O acaso creen que no sabemos que esa migaja entregada no viene llena de trampas, de letra chica, de reacomodos? ¿O acaso creen que no sabemos que sus ejércitos de asesores, lobbystas, publicistas y periodistas falderos ya están listos para decirnos después del 25 que debemos irnos para la casa, que el trabajo ya está hecho, que solo queda esperar? ¿Acaso creen que no sabemos que intentarán tapar con la “victoria del lápiz pasta azul” el hecho de que tenemos a centenares de presos y presas políticas de la revuelta? ¿Acaso creen que no sabemos que la lucha más importante viene siempre después de la victoria?

No repetiremos el error histórico del 88, cuando parte de nuestro pueblo se sumó entusiasta a su fiesta democrática para que, el día después del 5 de octubre, los “Comandos por el NO” donde los reunieron, amanecieran cerrados sin volver a abrir jamás.

Este proceso no lo levantaron ellos y aunque tuvieron el tiempo para capitalizar colocándose como paladines del Nuevo Chile en las campañas del plebiscito, este espacio no les pertenece, por la sencilla razón de que se parió desde las evasiones, las barricadas, los cortes de calle, las fugas y tomazos secundarios, las asambleas territoriales, los pasacalles, los caceroleos, los talleres de autoformación, las redes de abastecimiento. Es decir, nació desde un territorio que ellos no conocen, no manejan y al cual no están invitados. Y todas esas prácticas colectivas, parteras de futuro, van a continuar, les guste o no.

Parafraseando el dicho que ellos repiten en los pasillos del Congreso, ese que dice “hecha la ley, hecha la trampa”; sabemos que hecho su “Acuerdo por la Paz” ya estaba hecha la trampa para que ese proceso los tuviera de protagonistas (Ley 21.200). Sin embargo, ello no debiera desanimar a nadie: por más leguleyo que se recubra el discurso, la historia social popular chilena nos enseña que esas trabas se pueden desarmar, a veces desde la institucionalidad, pero siempre en base a la movilización popular: a veces dentro de la ley, a veces fuera de ella, pero siempre con la legitimidad de nuestro lado.

Por eso, nos vemos el 18 de octubre en la calle —ese lugar donde termina el “tú” y el “yo” y nace el “nosotros y nosotras”—, nos saludamos en las filas de los centros de votación el 25 aprobando, y el 26, post consomé o café cargado, nos juntamos de nuevo para ver cómo encararemos el segundo tiempo.

Sabemos que el “Partido del Orden” se armó -política y militarmente- para ese momento, pero, ya que estamos en ésta, no quedará otra que morir y renacer con las botas puestas, porque como dice el cantor popular: “el que no cambia todo, no cambia nada”.

*Daniel Fauré Polloni
Historiador Social y Educador Popular
13 de octubre de 2020

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